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LA BANALIZACIÓN DEL ‘CONFLICTO VASCO’

Charles Tilly (…) nos decía, hace ya 30 años, que la Ciencia Social, sin la Historia, es como un escenario de Hollywood en el que no hay nada detrás”.

(Gerardo del Cerro. Guerra en Europa)

La banalización del conflicto que afecta a nuestra sociedad, tras el desarme de ETA y la pérdida de referentes, está llevando a sectores de la Izquierda Abertzale a posiciones y argumentos insólitos. Hablamos de convivencia, nacionalidad, democracia… como si todo el monte fuera orégano; con una ligereza que el discurso parece sacado de una dieta de adelgazamiento: sin grasas, sin calorías, sin hidratos de carbono. Sin fundamento.

Hace unos días un profesor de universidad describía nuestra relación con el Estado español en términos de plurinacionalidad. Por resumir su argumentación, en sus propios términos, citaba tres tesis o axiomas: las naciones no tienen derechos; Euskal Herria es plurinacional (como el Estado); y lo sensato sería asumir esta realidad y olvidarnos de referéndums de autodeterminación.

Ojipláticos ante este giro argumental de ‘pensadores’ antaño abertzales, intentaremos asomarnos a las honduras de esos principios teóricos. Lo de que las naciones y los pueblos no tienen derechos adheridos nos suena a ecos savaterianos, aquel articulista que aseveraba que sólo existen derechos individuales, y que los entes colectivos no tienen condición de sujeto de derecho (a excepción de los Estados, obviamente), más allá de lo retórico o ideológico. Le recomendaría la lectura de algunas constituciones de Estados actuales. Por supuesto, en nuestra opinión las naciones no tienen derechos si no los defienden o renuncian a ellos (que parece ser el caso). Pero diríamos que es más plausible pensar que son los Estados los que, en el ejercicio de su fuerza y su poder, no se los reconocen, y punto.

En el desarrollo argumental de este principio, el profesor de marras sostiene que “la capacidad de poder decidir estaría por encima de supuestos derechos históricos o esenciales”. Dejemos lo de esenciales, que no está claro a qué viene. Por supuesto, todos estamos a favor del derecho a decidir; pero poner ese derecho en el eje del problema como principio estratégico, por encima y al margen de las realidades históricas y los procesos societarios en pugna, nos lleva a absurdos y disparates de este calibre. Las relaciones entre naciones y Estados solo se entienden y tienen su sentido (y su arreglo) en el contexto de la historia; y en consecuencia eliminar el pasado de la ecuación del conflicto nos conduce a desnaturalizarlo. A confundirlo. A banalizarlo. A borrar del análisis la violencia originaria, el genocidio, la conquista del pueblo sometido; su resistencia; su desarticulación política, institucional, su aculturación; la ruptura con su propia existencia; la negación de sus derechos…

¿Se puede entender el conflicto vasco sin la violencia histórica, sin la resistencia de Amaiur, sin las conquistas de Castilla, sin la existencia del imperio español, sin el bombardeo de Gernika, sin las prohibiciones del euskara, sin la represión, sin Franco, sin la derogación de los fueros…?

El derecho a decidir, así formulado, como principio estratégico por encima de la realidad histórica de los conflictos -falso, además, porque no está recogido ni reconocido en ningún ordenamiento (a diferencia del Derecho de Autodeterminación, en la ONU…)-, nos lleva a un profundo falseamiento de la naturaleza de los mismos. Al enmascaramiento del papel de los Estados imperiales en el origen de la violencia y en la construcción nacional de los pueblos.

Con respecto al segundo punto, que en Euskal Herria concurran varios sentimientos nacionales no significa que sea plurinacional (o al menos no en la misma medida que el Estado español); porque no se dan en régimen de igualdad, de convivencia o poder compensado. Euskal Herria no es un Estado. Como por otra parte, tampoco ocurre en el Estado; decir que el español es plurinacional es bastante discutible; como Estado es abiertamente unitario. En todo caso, no se puede poner en el mismo plano la situación nacional -conflictiva- en una colonia o en el Estado dominante. No son lo mismo. Y compararlas acríticamente es mezclar churras con merinas (y ponerse del lado del poder, dicho sea de paso).

Digamos, como comentario, que para constituirse en Estado independiente una nación no necesita un sentimiento de diferencia, como sugiere el profesor; sino un sentimiento de pertenencia. Un ‘nosotros’. La referencia de un sujeto colectivo que dé sentido a la acción colectiva, a la construcción del futuro, del que formar parte. Estos conceptos poco rigurosos, que flotan en el artículo, dan la sensación de estar desenfocados.

Por no alargarnos en el asombro de esta dieta de adelgazamiento que nos sirven como discurso digamos que el mismo concepto de ‘democratizar’ el Estado español es absurdo. Peregrino, insisto. No tiene fundamento. España no se puede democratizar sin renunciar a su naturaleza imperial, originaria, a su herencia de cárcel de pueblos; es decir, un territorio de poder con sus colonias y pueblos conquistados. Para que existan libertades y democracia España como tal debe saltar por los aires. Luego, ya veremos.

Angel Rekalde / Luis María Martinez Garate


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LA NACIÓN VASCONAVARRA

La historia se compone de lo pasado y lo futuro, de esperanza y recuerdo (Novalis 1799)

En la que posiblemente sea su única novela, Santos y eruditos, Terry Eagleton afirma que lo bello de ser un conquistador era que uno jamás necesitaba preocuparse por saber quién era. Se refería a los ingleses en Irlanda. El reverso de esta reflexión en la permanente puesta en cuestión de la identidad de los conquistados. Este es el gran triunfo de los conquistadores: las cuestiones referentes a la identidad surgen en las naciones conquistadas. Las conquistadoras la tienen de “por sí”, como quien dice “de toda la vida”.

En nuestro país, cuando nos planteamos cuál será el futuro en medio de tantos avatares, incertidumbres y conflictos, una enorme duda que nos sacude es esa de la identidad. O, dicho de modo más prosaico, cuál es el sujeto de ese futuro. Porque, como se ve en la reflexión de Eagleton, también nosotros fuimos conquistados. Al no ser vencedores, ni agresores ni conquistadores, no nos asiste ningún sobreentendido que resuelva esta incógnita. Por eso, cuando nos preguntamos cómo definimos la nación vasca, quién es el sujeto, es habitual que entre las respuestas se deslicen confusiones, manipulaciones, incluso disparates sin cuento.

Sin ir muy lejos, hace unos días nos tropezamos en la prensa con una opinión que afirmaba que los distintos patriotismos que concurren en el país eran (o debían ser) compatibles. Literalmente, el vasco con el español y el francés (sic). No es fácil imaginar desde qué atalaya cósmica o autismo intelectual se puede asumir dicha compatibilidad, sin tener presentes los siglos de imperialismo, la violencia de los estados, el genocidio de nuestras lengua y cultura, y en conjunto todas las formas de dominación y sometimiento (guerras, leyes, prohibiciones…) que se han sucedido. Quizás -no lo sé- es que se puede entender la sociedad y su devenir real (no el oficial, académico o relatado) sin atender a la lógica del poder, a los intereses de dominación y a la naturaleza conflictiva -violenta- de los estados. Especialmente los que nos han tocado. Pero sería más justo afirmar que no se puede asimilar los patriotismos de uno y otro signo (de resistencia, liberación, uno; de dominio y poder imperial, otros), y sobre todo que su “compatibilidad” es un oxímoron, un chiste de mal gusto.

Por otra parte, ¡cómo entendemos la realidad nacional de una colectividad histórica sin citar siquiera la existencia de un Estado real en su pasado, Navarra, que actuó durante siglos sobre esa comunidad! Ordenándola, defendiéndola, instituyéndola, representándola…

Cuando hablamos de nuestra nación, en términos de sujeto colectivo, de futuro, hemos de tener presente que ese colectivo histórico se soporta en la convivencia real de un pueblo, en siglos de existencia comunitaria, compartida sobre unas bases que se vivían como naturales, propias: lingua navarrorum, territorio, cultura; pero también leyes, instituciones, simbología… Todo ello existió durante siglos y en cierto modo llegó al presente porque existía una realidad jurídico-política en forma de Estado que le daba un ámbito propio. Navarra. Vasconia, el pueblo vasco, actuó, perduró y se defendió a través de esa estructura institucional. Sin considerar este dato no es posible entender ni definir la nación vasca, por mucho que esgrimamos la excusa de que ‘sólo miramos al futuro’.

Decía Andoni Esparza Leibar que “los símbolos ayudan a la pervivencia de una sociedad” (“La nación vasca ya está aquí”). Por supuesto, sin nombrarse, sin reconocerse, sin dotarse simbólicamente, no puede existir el colectivo. La nación. Pero volviendo a las situaciones de conflicto y poder, no podemos pensar que los símbolos son transparentes, inmaculados o inocuos. Al contrario, pueden ser vaciados de contenido, manipulados o pervertidos. Hay que prestar atención al significado de los símbolos para que no sean utilizados contra la propia nación: para dividirla, desfigurarla, debilitarla; para que no la reconozcan ni los propios individuos. De eso, en nuestro país, tenemos buenos ejemplos. Aquello de “Nafarroa Euskadi da” puede darnos alguna pista sobre estos errores y despropósitos, máxime si pensamos qué es hoy Euskadi. Nuestra esperanza como nación vasconavarra debe incluir la referencia al Estado que la hizo posible y su simbolismo da sentido a un proyecto liberador en el concierto de los estados. Esa institución le dio significado nacional a nuestro pueblo, y sin ella hoy no tendríamos identidad vasca. Ni, probablemente, tampoco futuro

Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde

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EL BRAZO INCORRUPTO DE LA CONSTITUCIÓN DEL 78

El alcalde Maya (Iruñea-Pamplona) pretende cambiar el nombre de la plaza del Baluarte por el de la Constitución. No entraremos en la ocurrencia de la bandera, envoltura habitual de los canallas. Pero sí merece la pena mencionar algunos aspectos de esa querencia inesperada por la ley magna española.

Pensemos que toda Constitución formal se construye sobre una constitución real, una situación de hecho, de fondo. Cuando se formuló la española de 1978, la relación de fuerzas en el seno del Estado inspiraba unos elementos básicos, la situación de hecho, que determinaban sus artículos.

Tras la muerte de Franco el poder real del Estado no cambió de manos. Cambiaron los nombres de las instituciones, algunas personas desaparecieron de la escena política, pocas, pero la mayor parte de los apellidos que gestionaron la transición eran los que controlaban el poder en la época franquista.

Aunque se tituló como “Estado de las autonomías”, con la idea de disimular las vergüenzas de un Estado unitario, esta realidad se inscribió en el texto. En efecto, la Constitución de 1978 presenta, incluso explícitamente en su forma, una aporía. Su artículo 2 dice:

La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles…

Esta constitución, pues, no se fundamenta, como sería natural, en la voluntad del pueblo español, sino en algo tan etéreo, ideológico y material al mismo tiempo como es la indisoluble unidad (de lo que sea). La UNIDAD. Poco pinta aquí la voluntad de las personas y, mucho menos, la de las naciones que quedan ahí encerradas. No es la Nación la que se constituye en Estado y define su constitución, sino el Estado quien envaina pueblos, naciones y personas en su autoridad; en su jurisdicción. En su supremacía, dominante, la española.

Enaltecer hoy la constitución del 78 es vender mercancía averiada. Su enunciado formal fue definido desde el principio por los poderes reales del Estado. Hoy diríamos el deep state. Si alguien pretendía ampliar cualquier extremo, enseguida saltaban los reajustes. Entonces se hablaba de “ruidos de sables”, o se ensayaban tejerazos y, por si fuera poco y alguien tuviera otras veleidades, en 1981 se encargaron de clausurarla en el delicado ámbito de la administración territorial (las autonomías), con la célebre Ley de Armonización (LOAPA) y el café pa’ todos.

Desde que se ensayaron las milongas constitucionalistas en el Estado español, con la Pepa en 1812 y las siete que siguieron hasta 1978, nuestra tierra nunca les ha sido propicia ni proclive. Siempre las hemos sentido como un trágala. Sin ir más lejos, en los debates previos a la aprobación de esta del 78 se produjo una insólita alianza en la Alta Navarra entre UPN y HB, que la rechazaron en un manifiesto. Desde Jesús Aizpún a Patxi Zabaleta. No podían admitirla ya que el Sistema Foral Navarro no se somete a una constitución española. No encaja, ya que procede de una soberanía previa que, aunque subordinada al régimen del Estado por la derrota en varias guerras, no responde a una constitución declarada para el “conjunto de España”.

En el presente el ‘régimen del 78’ (significado precisamente por esa fecha y por la constitución a que alude) está en entredicho por el fracaso sistemático ante todos los retos democráticos, nacionales, territoriales, que se le han presentado a ese Estado. La del 78 es la España de la corrupción, de los homenajes a Franco, del Ibex35, del rey mataelefantes, del 155 a los catalanes, del GAL, del ‘a por ellos’ y demás lamentables cualidades.

Querer disimular las incompetencias locales (el muerto de los Caídos, el destrozo del sky line de la Media Luna con el pelotazo de las Torres de Salesianos, etc.) con el brazo incorrupto de la constitución española, no parece el mejor sistema para disipar malos olores.

Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde

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EUROPA: QUIEN MANDA, MANDA

La Unión Europea es una inmensa fantasmada”

Joan Ramon Resina

La emergencia de la pandemia se ha clavado como una piedra en el engranaje del modo de vida en que pululábamos. Ha hecho saltar el sistema, y en ello ha puesto en evidencia algunos de sus mecanismos ocultos. Vemos, al hilo de las angustias y los sobresaltos, cómo actúan gobiernos, multinacionales, medios de comunicación, grandes corporaciones, instituciones continentales… A la luz de sus efectos, descubrimos que muchos de los argumentos que constituyen la agenda diaria de nuestra burbuja cotidiana son falsos. Tramposos. Mercancía averiada. Y que nos la han vendido para que nos alejáramos de lo que deberían ser nuestros objetivos.

Así, nos dijeron que el Estado nación era una especie en extinción, sobre todo ante los procesos de globalización, fluidos, masivos y universales. El Estado nación ya no era el modelo operativo; quedaba desfasado.

Por ello, nos contaron que los problemas que se plantean a las “naciones sin Estado” (en realidad “naciones con estados en contra”) se solucionarían con su integración en la Unión Europea. Una premisa de esta argumentación afirmaba que, consecuentemente, “a más Europa, menos España” (y Francia, se supone).

Pero no sólo por arriba. También nos dijeron que, por abajo, el poder emergente de los “entes subestatales” (autonomías, naciones “sin Estado”, regiones, conurbaciones importantes, etc.) reducía y debilitaba las atribuciones y competencias de los estados nacionales.

Nos han intentado convencer de que, en suma, con todos estos procesos, eso de la soberanía era como un terrón de azúcar en un vaso de agua, que se iba disolviendo con rapidez. Los Estados ya no eran los depositarios principales.

En resumen, durante años nos han vendido la idea de que en un futuro próximo el Estado, tal y como funcionaba en Europa desde Westfalia (1648), estaba en vías de extinción. El objetivo de este argumentario, como bien sabemos, se orientaba a neutralizar la reivindicación de nuestra “libre disposición”. Dicho de otro modo, en estas condiciones, ¿para qué queréis un Estado independiente?

Por el contrario, si algo pone en evidencia la crisis de la pandemia es esa falacia; es que lo que nos decían, convencían o trataban de vendernos, era mentira.

Hemos visto a la Unión Europea titubeante, incompetente, sin credibilidad, ni operatividad, ni objetivos claros. De hecho, en medio de las urgencias y calamidades, la hemos visto inclinarse servil ante las grandes empresas, las corporaciones y lobbys implicados.

Hemos observado la marrullería de Estados miembros que se saltan a la torera las reglas de juego. Que miran por sus intereses particulares. Que, como advierte Joan Ramon Resina, “traspasan las líneas maestras de la legalidad comunitaria”. Los casos de Polonia, Hungría y España son muy claros. Y la Unión no tiene instrumentos para llamarles al orden o imponer una conducta compartida (la respuesta europea ante la actuación española contra el procés catalán, en otro caso significativo, ha sido paradigmática al respecto). Quien manda, manda.

Ha sido de escándalo contemplar a la presidenta de Comisión europea Ursula von der Leyen tratada con machismo y desprecio por Erdogan, el líder turco, porque sabe que no habrá represalias. Que Europa no tiene capacidad de respuesta; no es un Estado; no tiene una política internacional, ni una cohesión interna, ni un verdadero eje de autoridad. Ni siquiera es capaz de legitimarse o movilizar a sus poblaciones. “No dispone de las tradicionales fuerzas legitimadoras de los estados: el nacionalismo o, en algunos casos, la religión” (Joan Ramon Resina, “La deslegitimación de la Unión Europea”).

Europa no cuenta como una estructura de poder, sino como un club de intereses y negocios. Se reúnen, negocian, compadrean… Pero el verdadero protagonista, el sujeto de soberanía, con capacidad para hacer y deshacer, construir y defender un futuro colectivo, sigue siendo el Estado.

Por lo que respecta a los entes subestatales, ha sido vergonzoso descubrir cómo desaparecían de los centros de decisión y los Estados recuperaban su protagonismo sin el menor atisbo de disimulo, protesta o duda. El Estado español, por ejemplo, ha puesto firmes a todos porque tenía la autoridad y las competencias para ello. El Estado de las Autonomías es una auténtica tomadura de pelo.

En resumen, Europa no nos salva. No nos sirve como referencia, porque apenas es más que un club de trileros donde cada cual juega sus dados, y donde para asistir y disponer de asiento hay que tener categoría; es decir, el Estado nación de toda la vida. Alemania, Irlanda, Malta…

Como pueblo vasco, navarro, debemos recuperar la iniciativa política con un horizonte claro; la consecución de un Estado propio; y luego ya nos apuntaremos a juegos de socios y clubes de negocios. Si nos conviene.

Angel Rekalde / Luis María Martinez Garate

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Nazio subjektua definitu

Nazio bat zera da: herri batek bere buruari buruz kontatzea erabakitzen duen kontakizuna. Eta, haren muin-muinean, bulkada baldar baina sakon bat dago taupaka, gainerakoei eta norberak bizileku duen lurrari lotua sentitzekoa. Edonoizko eta edonongo gizakiak beti behar izan ditu arbaso batzuk, historia bat, etxe bat eta zentzu bat kolektibo baten barruan duen lekua esplikatuko duena, eta ez modernitateak eta ez arrazionalismoak deuseztatu ahal izan dute behar hori. Paul Kingsnorth

Ismael («Deitu niri Ismael») Ahab kapitainaren Pequod barkura batu zenean, berehala konturatu zen ekinaldi hartan proiektu bakarra zeukala kapitainak: Moby Dick-i mendeku hartzea. Ez Moby Dick ehizatzea, ez: mendeku hartzea. Balea zuriari —antza, kaxalote bati— mendeku hartzea, topo egin zuten aurreko aldi batean hanka bat erauzi ziolako. Ahabek istorio bat zeukan, helburua markatzen ziona eta, horrexegatik beragatik, baita agenda markatzen ziona ere.

Agenda bat sortu eta ezartzeko, proiektu bat eduki behar da. Proiektu hori eratzeko, nahitaezkoa da nork bere burua subjektutzat hartzea. Moby Dick liburuan, Ahabek subjektu rola du, argi eta garbi. Subjektu hori, gainera, munstrotzat daukan zerbaiten erasoa bere larru-larruan sufritu duen subjektu bat da. Bada, Ahab kapitainak Herman Melvilleren nobelan daukan errealitatearen analogo gisa planteatu daitezke gizarteko errealitateak ere. Ahabek kontakizun bat zeukan, eta proiektu bat sortu eta garatu zen hortik: Moby Dick-en kontatzen den istorioa, hain justu.

Nazio batek, Kingsnorthek dioen bezala, besteren mende ibili gabe bere kontakizuna kontatzea erabakitzen badu lortzen du nazio izatea: bera mamitzen den subjektu sozialean ardaztutako kontakizun bat kontatzen badu. Gu, gaur egungo euskal-nafarrok, nazio baten parte gara, baina nazio horretan zaila da aurkitzea denok nazio gisa mamituko gaituen kontakizuna. Zenbait kontakizun ditugu, baina ez denak ikuspegi autozentratu berekoak.

Bizi garen mundu honetan, nagusiki, komunikabideek daukate kontakizun hori sortzeko gaitasuna. Irratia eta batez ere telebista izan dira XX. mendean kontakizunak eratzeko erabilitako gotorleku printzipalak. Eta, gurean, nazio honen parte baten komunikazio sistema publiko nagusi dena, EITB, askoz gehiago lerratzen da herrialdea bera desegituratzera, kontakizun propio bat sortzera baino.

Kontakizuna, nahiz eta baden Historia ere, ez da Historia bakarrik. Kontakizuna Memoria da. Walter Benjaminek zioen bezala, garaituen Memoria giltzarria da haien porroten ondoren erreparazioa eta justizia iritsiko badira. Eta, oroz gain, etorkizunean pentsatu ahal izatea da: planak egin eta burutan ateratzea. Horretaz dihardu Eguzki Urteagak berriki atera duen artikuluan, Elaborar e implementar una agenda nacional vasca izenekoan (Euskal agenda nazional bat sortu eta ezarri).

Artikulu iradokitzailea da, eta modua ematen du etorkizuneranzko bide batzuk urratzeko. Haren arazoa da, ordea, jakintzat ematen duela zer subjektuk egin behar duen bide hori. Urteagak kontsideratzen du badela bai euskal nazio bat eta bai haren euskarri den Zazpiak bat bat. Ez du aintzat hartzen gure nazioak sufritu duen prozesu luze hori, barnean hartu dituena konkistak, okupazioak, ordezkapen instituzional bidegabeak eta orotariko jazarpenak —sozialak, politikoak, linguistikoak, kulturalak eta abar Horiei erreparatu gabe, ordea, oso zaila da ohartzea, adibidez, Zazpiak bat hori Espainiaren eta Frantziaren dominazioaren emaitza dela, ezen ez datu ahistoriko intenporal bat.

Urteagari eskatuko genioke zehatzagoa izateko bere testuaren parte batean, ahaztu baitzaio esatea nafartasuna oinarrizkoa dela gure kontakizunean, gure nazioan: gure nazioaren alde politiko instituzionala dela. Ez dezagun ahatz Urteaga soziologoa dela eta, hala denez, kontuan hartu beharko lituzkeela bi datu nongotasunari buruzko inkestetan atera direnak eta lortzen errazak direnak. Lehena, hauxe: Espainiako Estatuko autonomia erkidegoen artean Nafarroan dagoela soilik espainiar sentitzen direnen ehunekorik txikiena —%5 baino gutxiago; EAEn, berriz, %9,5, eta Katalunian, %21,5—. Eta hona bigarren datua: EAErekin konparazio erraz bat eginez gero eta kontuan hartuz gero zenbat sentitzen diren soilik espainiar, zenbat euskal herritar baino espainiarrago, zenbat berdin euskal herritar eta espainiar, zenbat espainiar baino euskal herritarrago, zenbat soilik euskal herritar, eta euskal herritar horren ordez nafar jarriz gero, parekoak dira portzentajeak. Datu soziologiko guztiz garrantzitsua da hori, ez ikusi egin ezin zaiona.

Euskal herritarra izatea eta nafarra izatea txanpon beraren bi alde dira: «nazioz egina» ez ezik (Joan Francesc Mira) «estatuz egina» ere badagoen mundu honetan, horixe dugu guk munduan egoteko modua. Eta bi mapak ezin dira oso aise gainjarri. Nafar izatea euskal Estatuaren memoria da. Horixe dago bizirik Foru Komunitatean, eta horixe gailentzen da gaur egun lurralde horretan. Euskal herritar izateak, berriz, Euskal Autonomia Erkidegoan dirau batez ere, eta partez baita gure Herrialdeko eremu kontinentalean ere. Beraz, kontakizunak bi ikuspegiak hartu behar ditu kontuan, gaur egungo egoera ez baita zerutik eroria, prozesu historiko luze batzuen emaitza baizik.

Hortik aurrera, Eguzki Urteagak dioen guztia komenigarria ez ezik beharrezkoa ere bada. Kontakizun propio batean oinarrituta heldu nahi badiogu etorkizunari, eskura ditugun tresna guztiak erabili beharko ditugu, baina sekula ez tresna horiek helburu bihurtu. Hortaz, hala gaur egungo administrazioak —nahiz eta menperakuntzatik eratorriak izan— nola mugaz haraindiko proiektuak —zeinek alderdi teknokratiko argiak baitituzte eta estatuek manipulatuta baitaude—, den-denak izan daitezke eta den-denek izan behar dute bide gaur egungo euskal-nafarrok eduki behar dugun helburu demokratiko bakarra lortzeko, hots: gure emantzipazio politikoa, gure independentzia.

Luis Maria Martinez Garate eta Angel Rekalde

Berria (2021/02/09)

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DEFINIR EL SUJETO NACIÓN

Una nación es el relato que un pueblo decide contar sobre sí mismo, y en su núcleo late el impulso, torpe pero profundo, de sentirse unido a los demás y a la tierra que se habita. El ser humano de cualquier tiempo y geografía siempre ha necesitado ancestros, historia, un hogar y un sentido que explique su inclusión en un colectivo, y ni la modernidad ni el racionalismo han podido acabar con esas necesidades.

Paul Kingsnorth

Cuando Ismael (Llamadme Ismael) se apuntó al Pequod, el barco del capitán Ahab, pronto se percató de que en esta empresa el capitán Ahab sólo tenía un proyecto: vengarse de Moby Dick. No cazar a Moby Dick, vengarse. Vengarse de la ‘ballena blanca’ (en realidad parece que un cachalote) que en un encuentro anterior le arrancó una pierna. Ahab tenía una historia que marcaba su objetivo, y, por lo mismo, su agenda.

Elaborar e implementar una agenda implica tener un proyecto. Para construirlo se necesita el reconocimiento propio como sujeto. En Moby Dick, Ahab ejerce de sujeto con nitidez. Es, además, un sujeto que ha sufrido en su propia carne la agresión de algo que él considera monstruoso. Las realidades de nivel social se pueden plantear de modo análogo a la del capitán Ahab en la novela de Herman Melville. Ahab tenía un relato y de ahí surge y se desarrolla un proyecto: la historia narrada en Moby Dick.  

Como dice Kingsnorth una nación llega a serlo si decide contar su propio relato sin depender de otros, centrado en el sujeto social en el que se constituye. Nosotros, los vasconavarros de hoy, participamos de una nación en la que resulta difícil encontrar el relato que nos constituya, a todos, como tal. Tenemos varios, pero no todos con la misma perspectiva autocentrada.

Vivimos en un mundo en el que principalmente son los medios de comunicación los que tiene capacidad de construir este relato. La radio, y sobre todo la televisión, se erigieron en los bastiones principales de generación de relato a lo largo del siglo XX. Y, en nuestro caso, el principal sistema público de comunicación de una parte nuestra nación –EITB- es un elemento que colabora mucho más a la desestructuración del propio país que a la generación de un relato propio.    

El relato no es únicamente Historia, que también lo es. Es Memoria. Como decía Walter Benjamin, la Memoria de los vencidos es clave para alcanzar la reparación y la justicia tras sus derrotas. Y es, sobre todo, tener capacidad de proyección a futuro, de construir planes y llevarlos a efecto. De esto iba el reciente artículo de Eguzki Urteaga Elaborar e implementar una agenda nacional vasca.

Se trata de un artículo sugerente y que posibilita la apertura de vías hacia el futuro. El problema que presenta es que da por supuesto el sujeto que lo tiene que llevar a cabo. Urteaga da como hechos tanto la existencia de una nación vasca, como de un Zazpiak Bat que le da soporte. No toma en cuenta todo el largo proceso de conquistas, ocupaciones, suplantaciones institucionales, persecuciones de toda índole (social, política, lingüística, cultural, etc.) a las que se ha visto sometida nuestra nación. Sin ellas es muy difícil percatarse, por ejemplo, de que el Zazpiak Bat es un producto de la dominación hispano-francesa y no un dato ahistórico, intemporal.

Hay un aspecto en el que pediría al texto de Urteaga una mayor precisión. Olvida la navarridad como elemento básico de nuestro relato, de nuestra nación: su aspecto político institucional. No olvidemos que Urteaga es un sociólogo y como tal debería tomar en consideración dos datos que se obtienen de las encuestas sobre pertenencia y accesibles con facilidad. El primero es que Navarra es la Comunidad Autónoma del Estado español con el porcentaje más bajo de personas que se sienten sólo españoles (menos del 5%, frente al 9,5% de la CAV o el 21,5% de Cataluña). El segundo, si se establece una sencilla comparación con la CAV de los que se sienten sólo españoles, más españoles que vascos, por igual, más vascos que españoles o sólo vascos, sustituyendo “vascos” por “navarros” los porcentajes son análogos. Es un dato sociológico de primera magnitud que no se puede pasar por alto.

Ser vasco y ser navarro son dos caras de una misma moneda, que es nuestra forma de estar en un mundo “hecho de naciones” (Joan Francesc Mira), pero, al mismo tiempo “hecho de estados”. Y ambos mapas no son superponibles con facilidad. El ser navarro es la memoria del Estado vasco. Es la que se mantiene viva y prevalece en la actual Comunidad Foral. El ser vasco es lo que permanece, sobre todo, en la Comunidad Autónoma de País Vasco y, en parte, en la zona continental de nuestro País. El relato debe incluir ambas perspectivas ya que la situación actual no viene llovida del cielo; es producto de procesos históricos de larga duración.

A partir de aquí, todo lo que dice Eguzki Urteaga no es sólo conveniente, sino necesario. Para afrontar un futuro basado en el relato propio hay que utilizar todos los instrumentos a nuestro alcance, pero sin que se conviertan nunca en objetivos finales. Tanto las administraciones actuales, aunque sean producto de la dominación, como los proyectos ‘transfronterizos’, con claros aspectos tecnocráticos y manipulados por los estados, pueden y deben ser vías para el único objetivo democrático al que debemos aspirar los vasconavarros actuales: nuestra emancipación política, nuestra independencia.  

Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde

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EL GOBIERNO VASCO EN IPARRALDE

La propuesta de creación de una delegación del Gobierno Vasco en Iparralde, que han expresado públicamente Jon Gurutz Olaskoaga y José Manuel Castells en un escrito dirigido a la prensa, ofrece una ocasión excelente para observar y discernir cuál es la realidad nacional de nuestro país. Cómo se materializa el autogobierno, cómo se desmantela un sentimiento, una conciencia, una cultura, dónde queda la construcción nacional, qué capacidad y qué voluntad de hacer país tienen nuestros dirigentes y otros aspectos que, de cara a un futuro propio y en libertad, deberían preocuparnos hondamente.

Los autores enumeran una serie de circunstancias. Apenas existen instituciones que abarquen todo el territorio. De hecho se puede decir que, con solvencia, no hay ninguna. Las instituciones oficiales tienen su demarcación, y siempre hay quien vigila y se encarga de que no se salgan de su marco de referencia. ¡Ojo, que vienen los vascos! Hay un interés manifiesto en que los espacios territoriales sean estancos. Que no pase una ambulancia la frontera, que para eso es internacional. Pero lo cierto es que tampoco hay una praxis nacional en muchas actividades que, acostumbrado este pueblo a autoorganizarse en peores condiciones (guerras, persecuciones…), se podrían haber intentado. En el terreno socioeconómico el contrabando ha sido una de las pocas tareas que nos han vinculado por encima de las mugas fronterizas; y desde la entrada en la Unión Europea parece que ya no chuta (aunque al paso que vamos a lo mejor lo tenemos que recauchutar). En otros campos más simbólicos, torneos, selecciones deportivas, culturales, circuitos de orquestas, planificación de eventos interterritoriales, cualquier hipótesis que se nos ocurriera la veríamos vacía, sin nada en cartera.

Un capítulo que se puede añadir al escrito de Jon Gurutz y José Manuel es el de los medios de comunicación, que con su quehacer cotidiano son quienes mejor airean el nacionalismo banal que respiramos. Mapas del tiempo; entrevistas a personajes oficiales o de referencia; pero también noticias de agenda diaria; estadísticas; corresponsalías; etc. Estamos más al cabo de la calle de los asesinatos de género de Andalucía, Murcia o Canarias, que de los accidentes de tráfico de “allende la frontera”. Ahí al lado. En los noticiarios, teleberris y similares se dan los datos de ‘Euskadi’. Después los ‘nacionales’ (o sea, España). Más tarde, bien separados y sin que contaminen, los de la Alta Navarra. Y el Iparralde que citan Olaskoaga y Castells no entra en la carta. Nuestro país es en parte invisible; en otra parte opaco, en sombras; y la parte que está de brillante actualidad ya se encargan de integrarla a diario en un imaginario peninsular con una selección informativa milimetrada.

Se puede abundar en estas circunstancias, y desarrollar el cuadro que proponen los autores. Universidades… Pero aparte del ejercicio de autoflagelación y mortificación, tampoco serviría demasiado si no se acompaña con un diagnóstico más afilado. Es decir, que esto ocurre porque es el marco que tenemos. Que ese es el autogobierno regional, la ‘Autonomía’ que nos delegan. Que tampoco hay voluntad de saltar la valla. Que los informativos que nos riegan cada día se confeccionan a conciencia, y poco nos quejamos, poco criticamos. Que las instituciones están en ello. Y los partidos políticos que las ocupan no demuestran una línea de ruptura u orientación de otra naturaleza. Que el liderazgo que despliegan no va más allá de mantener esta evidente voluntad de dominio que ejercen sobre nuestro país los dos Estados.

También cuentan otros matices porque en el escrito de Olaskoaga y Castells se percibe una aceptación de esta situación de hecho. “Difícilmente seremos un Estado independiente”. “No creemos que la situación de… las tres Administraciones que conforman Euskal Herria vaya a cambiar de forma sustancial”. O ya, por rizar el rizo, ‘la mitad de la población navarra es ajena… a una concepción política’. Quizás haya que cuestionarse esta forma de encarar la realidad, y pensar que uno de los factores que nos desarman es el liderazgo que ejercen algunas fuerzas al dirigirse a la población navarra (y a la vascongada, ¡coño!); o a la cuestión territorial de fondo; o la naturaleza de la Autonomía que, como se ha visto con motivo de la pandemia, puede volatilizarse en un día por mor de una decisión unilateral hispana, sin derecho a réplica ni a pataleo (y, digámoslo de paso, sin pataleo explícito de ninguna fuerza).

Angel Rekalde / Luis María Martinez Garate

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BI BANDERA / DOS BANDERAS

Nazio bat gara, historiaren gorabeherek bere garaian boteretsuak izan diren bi estaturen menpe jarri dutena. Indarrez gertatu den menpekotasun horren ondorioz, berriro libre izan nahi duen nazio honek bi bandera ditu orain, bere askatasun-nahiaren sinbolo gisa: Nafarroakoa, historikoki Estatu independente izanaren ikurra dena; eta ikurriña, birsortze modernoaren zeinua eta nazionalismo espainolaren eta horri lotutako faxismoaren aurkako erresistentziaren ezaugarria.

Aberri Egunaren bezperan gaude, gure aldarrikapen demokratikoei lotutako egunaren bezperan, alegia. Oraingo konfinamendu-egoera dela-eta, ospakizuna bandera horiek leiho eta balkoietan ezarriz egitea proposatu da.

Nazio-mailako egunkari batzuetan aste honetako edizioan balkoietan ipintzeko banderak banatuko direnez, komunikazio-talde horiei eskatzen diegu biak banatzea (eta ez bakarra): Nafarroakoa eta ikurriña.

DOS BANDERAS

Somos una nación que los avatares de la historia han conducido a ser dominada por dos estados, poderosos en su tiempo. Como consecuencia de esta sumisión forzada, esta nación que aspira a volver a ser libre se encuentra con dos banderas como símbolo de su insumisión: la de Navarra, emblema de la existencia histórica de su Estado independiente; y la Ikurriña, como signo de su resurgir moderno, y su resistencia al nacionalismo español y al fascismo asociado al mismo.

Estamos en vísperas de una de las conmemoraciones vinculadas a nuestras reivindicaciones democráticas: Aberri Eguna. Ante la actual situación, de obligado confinamiento en nuestros hogares, se ha propuesto la celebración por medio de la presencia de esas banderas en ventanas y balcones.

Ya que algunos medios de prensa de ámbito nacional repartirán banderas con su edición de esta semana para su colocación pública, pedimos a todos estos grupos de comunicación que repartan ambas (y no solo una): la navarra y la Ikurriña.

Sinatua/Firmado:

Tasio Agerre

Margarita Nieva

Marian Perez

Mikel Sorauren

Inaxio Kortabarria

Luis María Martinez Garate

Angel Rekalde

Turi González

Mirari Bereziartua

Jose Mari Esparza

Rafa Sanchez Muxika

Iñaki Almandoz

Luis Gereka

Jose Miguel Martinez Urmeneta

Iñigo Larramendi

Jose Ignazio Indaberea

Antton Soroa

Iñaki Arzak

Xabier Almandoz

Miguel Sanchez Urabayen

Aldabazahar Elkartea

Joxean Lasa Nuin

Patxi Azparren

Graciana Saez (Nekoetxea. Argentina)

Xabier Barandiaran

Aurea Sarasola

Javier Etayo Tasio (marrazkilaria)

Gorka Pike Bitoria

Josune de Vicente Txibite

Maria Pilar Txibite Sueskun

Ione Muxika Uzkudun

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MUSEO DE LA HISTORIA

Todas las naciones necesitan lograr cohesión interna con un relato compartido. Nos lo recuerda Iñaki Anasagasti en un artículo de reciente publicación, en los periódicos del grupo Noticias, al proponer la creación de un Museo Nacional de Historia.

En las naciones que disfrutan de un Estado propio, la existencia de un Museo de Historia que soporte el relato nacional viene proporcionada por el mismo y pagada religiosamente con los tributos de sus contribuyentes que, a su vez, se sienten reflejados en dicha institución.

Otra cosa sucede cuando una nación como la nuestra que soporta la actuación de dos estados impropios. Digo impropios como opuesto a propio, pero pienso que sería más correcto considerarlos como contrarios o, directamente, enemigos. En este caso el relato expresado en sus museos, históricos o de cualquier tipo, sirve para reforzar su ligazón interna y nuestra integración en sus estructuras sociales y políticas. Nuestra recuperación.

La idea de Anasagasti es pertinente, pero es una pena que su texto sea un totum revolutum de lugares comunes del imaginario hispano y, para colmo, sin referencia alguna a la máxima institución política, a nivel soberano desde el punto de vista internacional, que hemos tenido los vascos: el reino –Estado- de Navarra. Y, por lo mismo, a ninguno de sus hitos históricos: Orreaga, la organización social y política del Estado (el sistema Foral), su lucha por la supervivencia frente a sus adversarios: Castilla-España y Francia.

Precisamente la ausencia de referencias al Estado propio de los vascos hace resaltar su carencia en el momento presente. La relación de personajes del imaginario hispano sería impensable si el Museo Nacional de Historia se construyera desde nuestra propia centralidad. Parece concebida desde la perspectiva de uno de los estados impropios: el español. Personas irrelevantes para nuestra historia -la monja Alférez- o contrarios a la misma -como Loiola o Unamuno-, podrían aparecer, pero debidamente contextualizados. Sobre todo, deberían estar los que fueron mucho más importantes en el transcurrir de la historia de los vasconavarros: desde Iñigo Aritza hasta Margarita de Navarra, pasando por Sancho III, el Mayor, Sancho VI, el Sabio, el Príncipe de Viana o Francés de Jaso. O el propio redactor de los Anales del Reino, José de Moret.

La propuesta, bienintencionada y compartida, de Anasagasti queda muy coja pero podría suponer una declaración de intenciones para un próximo futuro. Incluso en la etapa contemporánea adolece de la presencia de personalidades como Zumalakarregi, Txaho, Campion, Arana Goiri o… Julio de Urkijo.

El artículo de Iñaki Anasagasti puede servir de emplazamiento a un debate, serio y sereno, de cómo una nación sin Estado propio, y con dos impropios, puede construir un Museo de su historia acorde con la perspectiva que hoy en día se tiene de los museos: no como algo estático, como un fósil, construido de una vez por todas. Un Museo debe ser una institución abierta a la propia sociedad, a sus inquietudes, a sus requerimientos memoriales y a su proyección hacia el futuro. En contacto permanente, además, con el resto de museos y academias nuestro entorno próximo y del mundo en general.

Ya irán surgiendo asuntos concretos: hechos, personajes, lugares… También, si la idea cuaja, su emplazamiento, forma legal, financiación y gestión. Creo que merece la pena abordar este proyecto.

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CATALUNYA: TAMBIÉN ES NUESTRA LUCHA

Se avecinan momentos históricos, cruciales, de los que transforman la historia de las naciones. Y, como ocurre en estos casos, son acontecimientos cargados de esperanzas pero también de amenazas para las gentes que los promueven.

Tras años de denuncias ciudadanas, movilizaciones multitudinarias, reclamaciones y la natural frustración por no ver atendidas sus demandas, la situación en Catalunya ha dado paso a un escenario inquietante. El referéndum de 1-O está ahí delante, como un horizonte de autodeterminación tangible; y a la vez, la inminencia y la certeza de su resolución ha desatado las peores tradiciones del Estado español. Vemos a jueces que emiten condenas, que prohíben derechos fundamentales, reunión, información, voto, a fiscales que abren procesos inquisitoriales; la Guardia Civil ha salido a la calle, a asaltar imprentas, a detener, a imponerse, en su mejor estilo de cuerpo represor de motines; los gobernantes no se cortan en sus advertencias y admoniciones… La maquinaria de castigo, un estado de excepción, o de sitio, o de guerra si hiciera falta, está en el aire. No está declarado, puede ser cualquier cosa, lo que los gobernantes del Estado consideren.

El conflicto está servido. La sociedad catalana, en un proceso de protesta pacífica y concienciación, de movilización pero también de argumentación y debate, se orienta a la construcción de un Estado propio, que le asegure su futuro. Pero el Gobierno español se ha cerrado en banda en todo momento, y se ha negado a cualquier argumentación, a facilitar cualquier negociación o contemplar siquiera la menor alternativa a estas pretensiones.

Conocemos la historia. Por mucho que se empeñe, España no es una nación; ni siquiera una nación de naciones, como a veces, en un rizar el rizo, se pretende. El Estado español es el resultado de una herencia que no prescribe; es la evolución de un imperio genocida, que no ha conocido ninguna interrupción en su núcleo, más allá de las colonias que a lo largo de siglos se independizan, que la desgarran y rompen. Y ello explica sus actitudes. Como en la fábula de la rana y el escorpión, se diría que los comportamientos se llevan en los genes. En estos momentos queda patente, lo dice en su Constitución, en su Carta Magna, que el principal artículo del Estado es el de la ‘indisolubilidad de la patria’. Cada independencia de una colonia ha sido, para el español, un trozo de España que se muere. No hay naciones en realidad en su ordenamiento; no hay libertades; no hay derechos; no hay ciudadanía. Todo se resume en esa unidad indivisible.

Podemos mirarnos en el espejo de Catalunya. Su lucha es la nuestra, la misma lucha contra el imperialismo que impregna los ministerios, los poderes y las esencias españolas. La justicia, el ejército, la prensa, los intelectuales… todo un régimen se posiciona al alimón contra la ‘colonia’ que aspira a ser independiente. En ese espejo catalán vemos que también nuestras libertades y derechos están en juego, que son libertades provisionales, que sirven mientras nadie toque el nervio del Estado, esa unidad esencial constituyente.

Como gentes libres, que aspiramos a un Estado libre, propio, proclamamos nuestra solidaridad y nuestro apoyo a Catalunya en sus reivindicaciones. Defendemos su derecho a ejercer la Autodeterminación sin violencia ni coacciones exteriores. Denunciamos la actitud totalitaria del Estado español y su conculcación permanente de Derechos Fundamentales.

Visca Catalunya independent!

Firman este texto:

Anastasio Agerre

Luis Mª Martínez Garate

Angel Rekalde

Para lista completa y adhesiones: Nabarralde

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